Por Pili Candia

El veredicto lo vi de pié. Sin saber que ellos también iban a recibirlo erguidos.
Francamente, me palpitaba fuerte el corazón. Era la mezcla de querer justicia, un poco de venganza y otro tanto de pena.
El caso lo vi entero. Llegamos a llorar muchos, al ver las imágenes de un chico tirado en la vereda, abatido, sin posibilidades de defenderse, golpeado por unos cuantos imbéciles sin educación familiar, que veían, mientras lo golpeaban, como se le iba la vida. Dicen que pidió clemencia con una mano, arrodillado.
También llegamos a llorar al verlos a estos 8 idiotas en el banquillo, aparentemente abatidos.
No puedo imaginar el corazón de esa madre mientras veía esto en el juicio. No puedo, si quiera comprender, lo que habrá sido de ella, (de su mamá y de su papá), al verlo en una tabla de lata, desfigurado. No pudieron abrazarlo, nunca más.
También tenemos esta fantasía tarantinezca de que los dejen libres, y torturarlos uno por uno hasta verlos morir.
Pero, en el fondo, muy en el fondo, muchos creemos que esos 8 imbéciles, son eso. 8 imbéciles. Que seguramente no se representaron la secuencia planeada del “mato”, y me como 50 años de cárcel, porque esos pibes no piensan. No tienen capacidad de raciocinio. Tampoco tienen empatía, ni educación. Son 8 imbéciles manejados por un titiritero, que se desmaya al escuchar la sentencia, porque por su culpa, están todos ahí.
En el fondo me dan pena, porque no son 8 flaquitos sacados de la serie “El Marginal”. Me dan pena sus mamás. Más pena me da Graciela, claro está. Pero me da pena, que 8 idiotas, vacíos, acostumbrados, a ese ensayo revelador de líderes, no hayan recibido la palabra adecuada, en el momento justo, para saber que eso no se hace, y que no sos el más banana por agarrarte a piñas en un boliche, menos aún, no saber cuándo parar y que ahora, el precio que van a pagar, ellos y sus familias, por esta “pelea”, los hizo “caducar” con su vida y la de quienes los rodean.
Es vergonzoso que hayan convertido el abuso hacia otros como una costumbre de vida. Un poco en el fondo también creo, que esos jueces, no tenían opción, la condena social, ya les había leído ese veredicto 3 años atrás. Y creo, que al apelar, pueden llegar a liberarse bastante antes. Creo que si fue premeditada la golpiza, pero no se representaron la posibilidad de quitarle la vida a alguien.
Siempre quedaron invictos de todos sus accionares anteriores. Parecidos, pero con un final menos infeliz.
A veces pienso que si fuera esa mamá, la mamá de Fernando, los dejaría libres. Levantaría los cargos, a su hijo no se los va a devolver nadie. Y esos chicos, esos 8 imbéciles, jamás van a volver a ser lo que eran.
Dejarlos libres tampoco tendría sentido, y claramente no soy esa mamá. No habría justicia. Sería solo el corazón de una madre, mirando a los 8 corazones de esas 8 madres, que sin ningún remordimiento, jamás pidieron perdón, ni entendieron de qué se trata la vida. La cárcel es la universidad de la delincuencia.
Tal vez esto sirva, quizás, para que esa cantidad de adolescentes sin recursos emocionales ni de sentido común, piensen, dos veces, antes de actuar de esta manera tan primitiva, traicionera, vil y sin moral, que los llevó, a dejar atrás, esas caritas de ganadores y triunfantes, y los hizo hundirse en el estado más profundo de la cautividad, y humillación; sentimiento que le habrán hecho sentir, a tantos otros “Fernandos”, con un poco más de suerte.
Fernando Báez Sosa.
Ese nombre y esos ojos, nos marcaron para siempre. Todos hubiéramos querido abrazarlo en ese instante, protegerlo, levantarlo y regalarle muchos años más de vida.
Por la Lic. en Marketing
Pili Candia