Con la máxima pompa y boato, como Isabel II hace 70 años, Carlos III recogió ceremoniosamente el testigo de la Corona británica ante los ojos de más de 100 jefes de estado y representantes de 200 países que vibraron con la emoción de los actos históricos bajo las ojivas de la abadía de Westminster.

Finalmente, Carlos III fue coronado.

Más de 7.000 soldados y 19 bandas militares arroparon al rey Carlos y a la reina Camila en su triunfal regreso al Palacio de Buckingham tras el acto litúrgico que se prolongó durante dos horas, mientras decenas de miles de británicos se apiñaron a lo largo de los dos kilómetros de recorrido para entonar el consabido “¡Dios salve al rey!”.

Con su capa de armiño y corona imperial de Estado, Carlos emergió junto a Camila en el balcón de Buckingham ante el entusiasmo del público, que vibró al paso de los “felchas rojas”, en una versión reducida por el mal tiempo pero lo suficientemente espectacular para realzar la ocasión.

Las otras dos notas disonantes en la Coronación fueron la presencia solitaria del príncipe Harry, que regresará a Estados Unidos al cabo de 24 horas, y la aparición del príncipe Andrés, abucheado por la multitud y vestido con la túnica de la Orden de la Jarretera.

Carlos quería una ceremonia sobria y reducida, pero accedió al final a una celebración comparada a todos los efectos con la coronación de su propia madre en 1953, rivalizando también con el funeral de Estado de Winston Churchill.

Máxima seguridad

La mayor operación policial en la historia del Reino Unido, con 11.500 agentes desplegados por las calles y una “zona de exclusión” en los cielos lluviosos de la capital británica, garantizó la seguridad del monarca, que recorrió junto a su esposa en dos carrozas reales el trayecto entre Buckingham y la abadía.

Protestas y abucheos

Los gritos de “Not my king!” (“No es mi rey”) llegaron hasta los oídos del monarca a su paso por Trafalgar Square, donde se congregaron más de 200 militantes del grupo Republic con sus distintivos amarillos. El director del grupo anti-monárquico, Graham Smith, fue detenido sin mayor explicación a la 7,30 de la mañana mientras distribuía varias pancartas. La policía arrestó al final a más de una veintena de manifestantes en cumplimiento de la nueva y draconiana Ley de Orden Público.

La eterna ceremonia litúrgica, marcada por rituales que perviven desde tiempos medievales, fue seguida con impaciencia y asombro por los más de 2.200 invitados y brindó de paso la ocasión para uno de los momentos estelares del Príncipe Luis, fotografiado mientras bostezaba en los bancos de la abadía.

Carlos quería también una ceremonia más corta de una hora, pero el peso de la tradición se impuso al final, incluso en el momento de ser ungido con el aceite crismal en el pecho, las manos y el rostro (“invisible” a los ojos del pueblo y de la BBC gracias a cuatro paneles específicamente creados para la ocasión).

Durante la ceremonia, Carlos recibió un símbolo de gran valor simbólico: el orbe de esmeraldas, rubíes, diamantes y zafiros que representa el poder del soberano y que al mismo tiempo engloba al mundo cristiano. El rey empuñó también una espada que simboliza la misericordia y la prudencia en su cometido.

La mayor novedad de la ceremonia fue la sustitución del juramento de los pares, leído por los aristócratas por el así llamado “homenaje del pueblo”. La polémica levantada, especialmente ente el 23% de los británicos que se consideraban republicanos, obligaron a última hora a retocar el texto y a convertirlo en una “invitación” al pueblo, más que en una jura colectiva de lealtad.

Con información de El Mundo

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